El primer alcalde de Paredones: José Nicanor Montero

1509_IsologoSintetizado-Izq_Slogan_RGB La siguiente publicación forma parte de una serie de artículos relacionados a la historia institucional de la provincia Cardenal Caro, cuya difusión es posible gracias al financiamiento del Ministerio Secretaría General de Gobierno, a través del Fondo de Fomento de Medios de Comunicación, Región de O’Higgins, año 2016. El proyecto “Provincia Cardenal Caro, institucionalidad y autoridades locales” contempla además la impresión de un libro que será distribuido gratuitamente a la comunidad.

La Parroquia Vírgen de las Nieves de Paredones, en 1999.

La Parroquia Vírgen de las Nieves de Paredones, en 1999.


Para comenzar con esta serie de publicaciones sobre nuestra historia, daremos a conocer una crónica, publicada originalmente el 18 de septiembre de 1908 en el periódico El Cometa, sobre el primer alcalde de la Municipalidad de Paredones, José Nicanor Montero Rojas. El artículo, redactado por Rómulo Catalán, destaca sus virtudes y enfatiza anécdotas relacionadas a su vida, sin duda un documento histórico que nos permitirá conocer un poco más de la sociedad paredonina de comienzos del siglo pasado.

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De estatura proporcionada, ancho de hombros y mesurado en el andar; moreno de color y de abundante y entrecano bigote, se le ve cruzar todos los días en la mañana, con su clásico sombrero de paño suelto y con aire de despreocupación, la dispareja calle de Paredones, desde el balcón de su casa, mitad bajos y mitad altos, hasta la Iglesia del pueblo, que está al frente; y después de oír en ella su misa cotidiana, enciende, a dos pasos de la puerta, su delgado cigarrillo de hoja y se encamina pausadamente a su habitación o a alguna visita de vecindad.

Miembro respetable de una de las más antiguas y distinguidas familias de la aldea, y padre de quince hijos que llenan y alegran el hogar, puede considerársele, si no tanto por sus años, al menos por su posición, carácter y costumbres, como un patriarca del pueblo.

Nació en 1842, de modo que bordea ya los 65; pero todavía le permite su salud, aunque aquejada por una especie de bronquitis crónica, dedicarse a la atención de su familia e intereses, secundado en parte por sus hijos mayores.

Estudió Humanidades en Santiago; pero interrumpió sus cursos para consagrarse a la agricultura y al comercio; y lo hizo con tan discreto tino y buen éxito, que, a pesar de los gastos exigidos por la crianza y educación de sus muchos hijos, ha podido formarse una de las fortunas más saneadas del lugar.

Por tradición y por creencias, se afilió desde joven, al Partido Conservador, y fue, en Paredones, primero su decidido soldado y después su activo jefe. Regidor municipal en todas las elecciones que lo ha querido, y Alcalde en varias de ellas, tuvo siempre por norma invariable el interés y el triunfo de su partido, sin aceptar componendas dudosas, sin omitir sacrificios personales y siempre con la intransigencia que caracteriza a los hombres de convicciones fuertemente arraigadas.

Católico sincero, práctico y fervoroso, el Párroco ha sido siempre su mejor amigo y la Iglesia del pueblo, su constante preocupación.

Conocidas y hasta populares son las discusiones de don Nicanor con los distintos Curas que se han sucedido en la parroquia. Indefectiblemente son producidos por algunos de estos dos temas: la política y el estado moral o material de la iglesia. Si, a su juicio, el Cura trabaja poco o con poco tino en preparar las elecciones, don Nicanor será, sin duda alguna, el primero que se lo diga, con toda claridad, con toda libertad y, a veces con toda energía; de aquí la primera fuente de discusiones. Si los trabajos de construcción del templo—un templo que esta perpetuamente construyéndose—no marchan como él cree que deben marchar, don Nicanor estará siempre llamando sobre ello la atención del Párroco: «señor Cura, fíjese Ud. en esto.» «Señor Cura, observe Ud. esto otro.» «Señor Cura, por aquí; señor Cura, por allá, ¿hasta cuándo, señor Cura?…» Y ya tenemos la segunda fuente de discusiones.

Lo que no obsta para que sea don Nicanor el mejor contribuyente.

Si hubiera sido Obispo, los Curas habrían tenido que andar muy derechito…. Como fue padre de familia, los Curas, a veces, no le hacen caso.

Un Cura de Paredones, que lo conoció bien y que, por lo mismo, lo estima muy de veras, le decía a su sucesor, al entregar la parroquia: «Mire, colega, don Nicanor es como el erizo; si usted lo va a coger torpemente con la mano, se clava; si usted quiere comérselo con uñas, está frito, pero si lo toma con cuidado, y lo abre y le extrae las sabrosas lengüitas, verá Ud. que es el mejor marisco conocido. En Paredones, el Cura no debe vida sin este marisco.» Desgraciadamente, el sucesor no siguió el consejo de su sucesor.

Don Nicanor no es popular; por lo demás, él tampoco busca la popularidad, ni es partidario de los muchos amigos. En la intimidad y en sus ratos de buen humor, su conversación es atrayente y salpicada de anécdotas históricas o de familia, que manifiestan su muy buena memoria, aunque él se queja constantemente de tenerla mala. Suele también distraer sus ocios con el violín, a que ha sido buen aficionado, y con el dibujo a pluma o a lápiz común. Nosotros le hemos visto trazar, en unos cuantos minutos, rostros de notable parecido.

Buen jugador de brisca, en las noches de invierno, es, sin embargo, poco paciente en las adversidades de una partida muy cargada. Regular mano para el billar, echa a la mala suerte la culpa de todos los reveses, y a la buena fortuna el mérito de los éxitos.

En el cuidado de sus intereses y en el conocimiento de sus propios bienes, es un tanto despreocupado. A este respecto, corre en el pueblo la siguiente historieta, que él no niega, pero que, sonriéndose cuando se la cuentan, la pone en duda:

Uno de sus arrieros, el conocido Pancho Tapia, que confundió al señor Cura Adamoli, en una noche de invierno, con un macho aparejado, recibió de don Nicanor el encargo especial de cuidar a pesebrera y con todo esmero, el caballo «Pluma», para que engordara bien. Un par de meses más tarde, topóse don Nicanor en la calle con Pancho Tapia, que, con más azúcar que yerba, caracoleaba en un buen caballo.

—Mira, Pancho, ¿cómo me dijiste que estaban en tan mal estado los caballos del servicio?

—Es que este pingo, patrón, es muy sufrío—contestó Pancho Tapia, revolviendo el corcel y presentándolo por el lado izquierdo.

—¿Y el «Pluma», hombre, cómo está?

—Ei tá pus, patrón, engordando como un chancho.

—Bueno, pues, cuídalo mucho.

—¡Como no patrón! Y las echó Pancho, calle abajo, y no paró hasta llegar al estero, donde principió a quitársele el susto.

Porque han de saber nuestros lectores, que Pancho Tapia andaba en el mismísimo «Pluma», que tenía una mancha blanca, larga y angosta en la barriga, al lado derecho; y por eso lo volvió rápidamente al encontrarse entre dos luces con don Nicanor, el cual no reconoció a su caballo regalón, que, según Pancho Tapia, estaba engordando como un chancho.

Actualmente tiene a su familia en Santiago, y él comparte su tiempo viajando de Santiago a Paredones y viceversa, según el tiempo y sus obligaciones o intereses lo aconsejen. Deseámosle feliz y larga vida, aunque, sí hemos de creer a las experiencias hechas por él mismo, sobre la vida de los Monteros, que deben morir todos más o menos entre los 60 y los 70 años, a él no le quedarían ya muchos. Hacemos votos porque se equivoque.

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